Hola, soy Juan.
Soy drogadicto. Hace años que no consumo pero una vez que eres drogadicto nunca
dejas de serlo por mucho tiempo que pase.
Nací por primera vez en Bilbao en los estertores del franquismo y ahora mismo no debería estar vivo. Suena duro oírlo de mi boca pero es verdad. Maté a mi padre de un infarto de tanto disgusto y mi madre se consumió de pena abandonándonos un par de años después. Por todo ello pasé casi 15 años sin hablar con mi única hermana.
Nací por primera vez en Bilbao en los estertores del franquismo y ahora mismo no debería estar vivo. Suena duro oírlo de mi boca pero es verdad. Maté a mi padre de un infarto de tanto disgusto y mi madre se consumió de pena abandonándonos un par de años después. Por todo ello pasé casi 15 años sin hablar con mi única hermana.
Yo era un chico
cualquiera de suburbio a finales de los 80. Reconversión industrial,
huelgas, manifestaciones,… un futuro negro antes de haber empezado a vivir.
Malas compañías. El primer chute. No te has dado cuenta y estás dando el tirón
a una anciana para ver si consigues la siguiente dosis. Desgraciadamente para
mí, las ancianas raramente llevaban nada que pudiera subvencionarme por una
temporada. Así que junto a otros ‘compañeros’ hacíamos lo que llamábamos el turno
de noche, es decir, atracar gasolineras a punta de navaja. La droga si te hace
más valiente no te hace más listo. La policía nos atrapaba con facilidad aunque
después de una o dos noches en el calabozo salíamos a esperar juicios que nunca
llevaban. Lo que se llevaron fue la vida de mi padre, su corazón no aguantó los
disgustos y acabó colapsando en una oficina bancaria mientras intentaba volver
a hipotecar la casa para sacarme de prisión.
Yo no quería ver
como seguía matando a mi madre así que cogí el coche y me fui a Madrid. De
cundero podía seguir viviendo mientras consumía y me consumía. Hacía algún
recado que otro dentro del poblado y con eso iba alargando mi lenta agonía.
Para entonces mi madre también había muerto. Me enteré porque un amigo de mi
hermana se jugó el pellejo para hacerme llegar una carta. Tuvo suerte que nadie
le clavara un pincho. Mi hermana me decía que con la muerte de mi madre ella se
liberaba de mí, ya no tenía familia. Aún bajo los efectos de los narcóticos lloré.
Lloré mucho. En ese momento de extrema lucidez que te da el caballo vi mi fin
cerca, no tenía nada por lo que vivir. Nada ni nadie por quién luchar. Me
hubiera dejado morir de hambre en aquella fría chabola de la Cañada Real o si
hubiese sido un poco más valiente me hubiera suicidado.
Pero el mono es
más fuerte que cualquier otra cosa que hubiese podido sentir. Vuelves al trabajo
y vuelta a empezar. Otra vez dentro del ciclo. La muerte de mi alma precedía a
una más que probable muerte de mis órganos. Yo no era más que una carcasa vacía
ejerciendo automatismos.
Creo que hay
pocas cosas que puedan romper ese círculo pero el azar quiso que el mío se
rompiese. Un día cualquiera mientras hacía la ruta Embajadores - Cañada Real.
Unos yonquis que no llegaban a los veinte años se subieron a mi taxi. En el
trayecto vi que tenían un cachorro desnutrido, lo usaban para mendigar pero se
ve que eran incapaces de darle de comer. La droga tiene eso, nos aleja de lo
que consideramos humanidad. Les hice el viaje gratis a cambio de la perra. No
sé por qué en ese momento creí que conmigo tendría un futuro mejor.
Ese día no pude
meterme al no tener con qué pagar. La noche fue durísima pero conseguí algo de
comida para Nala. Cuando la recogí en el coche pude ver algo que creía amor en
sus ojos. Cuando eres un yonqui es muy difícil que nadie se fije en ti y mucho
menos que alguien pueda amarte. Ni siquiera tu propia familia. Nala me cambió
la vida. Ese cuerpo esquelético acurrucándose contra mí en un lecho lleno de
pulgas en el frío invierno madrileño. Nala fue mi serendipia. En ese preciso
instante decidí buscarle una vida mejor para ella. Había nacido por segunda
vez.
Desafortunadamente
las opciones de prosperar para alguien en mi situación no son elevadas. Mi red
de contactos se reducía básicamente a yonquis y camellos. Proveedores y
clientes. Para que me tocase la lotería tendría que tener otro golpe de suerte.
Ese golpe de suerte llegó. Un camello me ofreció bastante dinero por bajarme al
moro. Me compró ropa y un corte de pelo. Con el parné justo para la gasolina
conduje durante horas hasta llegar a un pueblo en Marruecos. Prepararon la
carga dentro de mí coche de manera altamente profesional.
Íbamos en un
convoy de cinco coches. En teoría todo estaba pactado, los guardias estaban
sobornados y nos dejarían pasar a la hora convenida. Yo iba el último y en el
puerto me dejaron descolgado. Los otros coches fueron dirigidos hacia el ferry mientras
que un gendarme me obligó a dirigirme a unas cocheras. Lo vi claro. Yo era la mula coja. Esa que se
sacrifica para que pasen las demás. Los gendarmes tienen contentos a sus jefes
con las cifras de decomiso para mostrar a la Unión Europea, los narcos tienen
su mercancía a tiempo con un justiprecio a repartir y, lo más importante de
todo, el cliente tiene su dosis disponible en el baño de cualquier discoteca.
Me sacaron del
coche sin ni siquiera revisarlo. Sabían de sobra qué había dentro. Yo era un
pobre desgraciado, un nadie que moriría como muchos otros sin nombre en una
cárcel de Marruecos. Era tarde y la mayoría de la policía marroquí se había ido
a casa pero no fue hasta que sólo quedó una pareja cuando Nala empezó a ladrar.
Al principio lastimeramente y luego más fuerte. Yo estaba esposado a una
tubería y no podía hacer nada. Uno de los guardias se dirigió al coche y cogió
a la perra por el pescuezo. Sin violencia, por aquel entonces Nala no pesaría
más que un par de kilos. Aun así fue capaz de zafarse y conseguir llegar hasta
mí. La cogí en mi regazo y empecé a llorar. Ya no me importaba lo que me pasara
a mí pero estaba claro que no podría estar con Nala en la cárcel. ¿La matarían?
El gendarme se dirigió hacia mí en árabe, o puede que en español. No puedo
recordarlo sólo pensaba en que el poco tiempo que me quedase quería pasarlo con
ella. Noté una fuerte patada en las costillas. Eso me dejó sin respiración pero
antes de recibir un segundo golpe pude ver a Nala entre él y yo. No ladraba, no
gruñía, no tenía una posición amenazante o de defensa. En realidad suplicó,
suplicó con esos ojos almendrados como la primera vez que nos cruzamos en
aquella cunda.
El otro guardia
se acercó le dijo algo al primero y me quitaron las esposas. Me dieron un papel
para poner en la guantera del coche y me dijeron que me fuera y no volviera a
pisar el país. Nala me ayudó a nacer por tercera vez en mi vida.
Con el papel de
los gendarmes conseguí llegar a la península y a Madrid sin ningún incidente. Yo
consideré que la carga era mía ya que el contratista original me había vendido.
Por una vez mi red de contactos me ayudó a despachar mi coche con todo su
cargamento a un clan rival. Con ese dinero conseguí entrar a una asociación que
me ayudó a dejar las drogas, aunque si algo he aprendido es que las drogas no
se pueden dejar. Esta asociación no permitía animales pero una vez que supieron
la historia de Nala no tuvieron reparos en que ella me ayudara en mi
desintoxicación. Gracias a la asociación obtuve un trabajo.
Parte de la terapia
consistía en escribir a todas las personas a las que la droga había hecho daño
en mi vida. Realmente sólo escribí una carta, gracias a ella mi hermana conoce
a la persona en la que me he convertido que no es el hermano que amó en su
jueventud, ni el hermanó que murió con su madre. Gracias a ella yo he podido
conocer a mis sobrinos que me quieren a pesar de mi pasado.
Tengo muchos
juicios pendientes con la justicia. Es cierto que la espada de Damocles estará
siempre allí pero es un precio bajo por todos mis pecados. No espero obtener
nunca la expiación completa. En cualquier caso Nala tiene una familia que la
adora que se ocupará de ella cuando yo no esté. En realidad yo estoy tranquilo
porque estoy seguro que Nala cuidará de todo lo que me importa el día que yo no
esté.
Basado en una
historia real.
No suelo leer, pero la verdad es que me ha gustado!!
ReplyDeleteSigue así
Un saludo,
Luismi